La pandemia de las plataformas municipales de comercio electrónico
Se extiende por los ayuntamientos españoles una rara fiebre entre alcaldes y concejales: la de unas plataformas de comercio electrónico financiadas con dinero público y abocadas al fracaso.
El Ayuntamiento de Santander acaba de poner en marcha El Mercaderío, una plataforma de comercio electrónico que reúne la oferta de las tiendas tradicionales de la ciudad en un portal web municipal. Horas antes veía la luz comerciobrunete.com, una iniciativa similar promovida por el madrileño Ayuntamiento de Brunete. En Córdoba acaban de alumbrar otra plataforma digital, esta vez para su comercio ambulante. No queda atrás el Ayuntamiento de Tavernes de la Valldigna, en la provincia de Valencia, que también estrena marketplace. Algo que acaba de suceder asimismo en Beniel (Murcia), Bollullos (Huelva), Benavente (Zamora), Torrelavega (Cantabria), Antequera (Málaga) y un interminable etcétera.
Se extiende cual mancha de aceite por la geografía municipal española una
aguda pandemia de la que nadie habla. La de unas plataformas de comercio
electrónico financiadas con dinero público y que no tienen
ninguna posibilidad de sobrevivir una vez la subvención se
extinga. La hemeroteca de los diarios de provincias es testigo mudo de los
estragos de esta epidemia: Nace el Amazon de Almería
, titulaba en
mayo, triunfal, el Diario de Almería.
Un Amazon para los santanderinos
, ha recogido en julio Europa Press
de los labios de la alcaldesa de la ciudad.
La patronal relanza el Amazon burgalés
, ha titulado poco después
Diario de Burgos. Es el Amazon bollullero
, decía un
alcalde onubense en abril. En Cuenca una agrupación política ha propuesto
una original iniciativa para impulsar el comercio local. ¿El nombre?
Un Amazon conquense
.

Como si de una alucinación colectiva se tratase, decenas, quizá cientos, de
ayuntamientos españoles están
financiando con dinero público en sus municipios unas
plataformas de comercio electrónico que van pereciendo una tras otra en los
colindantes. Y es que parece que no hay concejal que no ansíe izar en su
principado la bandera imposible de un portal de comercio electrónico local.
Tan altas son las fiebres que ya han brotado proveedores especialistas en el
mercado de soluciones tecnológicas:
Alcalde, revolucione el comercio desde tan solo 15.000 euros
.
Y tantas son las bajas que este letal virus deja en los arcenes de las superpobladas avenidas de las ocurrencias de nuestras administraciones que acabo de inaugurar un cementerio digital. En él guardo memoria de unas inversiones públicas sin más futuro ni sentido que la foto mesiánica del político, la gloria efímera de la rueda de prensa y el aplauso subvencionado del diario de la aldea.
Allí he dado sepultura a demanacor.com, la extinta plataforma
que el Ayuntamiento de Manacor publicitaba hace apenas un año para la
transformación digital de su comercio tradicional. El diario balear
Última Hora aplaudía entonces la iniciativa y profetizaba:
durará en el tiempo
. Once meses después alguien ha pulsado discretamente el botón de apagado.
Y
amortajo los restos de DTiendas, la app con fondos europeos del Ayuntamiento de Linares que, según
Google, no suma diez descargas en año y medio, mientras se
me enfría el cadáver de yocomproenlalfas.com, la audaz apuesta
de l'Alfàs del Pi (Alicante) para, oh, competir con Amazon
. Descanse
en paz.
También se ha apagado para siempre la luz de compralgeciras.com, la estrella que el Ayuntamiento de Algeciras encendió en el firmamento digital. Los astrónomos de una televisión local alardeaban del portal calificándolo de caso de éxito que otros municipios copian. De supernova a estrella fugaz, la plataforma cierra discreta y silenciosamente sus puertas un año después de abrirlas. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada.
Un nicho abierto espera ya en mi camposanto las exequias de logronocompra.es, el proyecto digital del Ayuntamiento de Logroño y la Cámara de Comercio local para subir al comercio de la capital riojana a un tren que descarrila. La plataforma sigue en línea, pero con una miríada de problemas técnicos que la han llevado a la invisibilidad en Google y otros buscadores. Algo que acaban de arreglar una vez les he avisado, pues en ocho meses parece que nadie allí se había dado cuenta.
Tras veinte años programando software conozco bien los vericuetos de
estas plataformas tecnológicas. Y me identifico con esa
cultura hacker del reto intelectual y la
transgresión constructiva. Así que además de entierros he comenzado a hacer
también autopsias. La del mercado digital de Benicarló (Castellón) ha
comenzado al dar con el paradero del registro de pagos con tarjeta. Un
fichero que recoge las transacciones bancarias habidas en el portal y que
debería ser privado. Pero una mala configuración de la
tienda me ha permitido descubrir el dato que el político no da y la prensa
no pregunta: en cuatro meses se han cerrado solo dos pedidos con tarjeta.
Una realidad que El Periódico Mediterráneo reflejaba en julio
así:
La plataforma virtual supera expectativas y genera beneficios entre los
empresarios [...] El comercio de Benicarló está en auge gracias al éxito
de la plataforma
.
El mismo problema técnico padece alziraescomercio.com: el
marketplace de Alzira, en la provincia valenciana. El análisis del
registro revela 120 pedidos durante los dos primeros meses, que la
portavocía municipal magnificaba en la prensa como
cerca de doscientos
. Terminados los flashes de la rueda de
prensa y apagada la maquinaria del marketing público, los 81
comerciantes de Alzira se reparten hoy y desde hace cuatro meses una única
venta diaria para todos.
El drama se repite en Toledo. Y en Lugo. Y en Cantabria. Y allá donde la vista se pose. Y la ecuación siempre es la misma: a un lado, la realidad dramática de unas tiendas tradicionales que llegan al final de su ciclo de vida. Al otro, ayuntamientos, gobiernos y organizaciones colectivas apuntalando con dinero público la ficción perniciosa de que la digitalización todo lo soluciona. Y en las cunetas, unas plataformas fallidas que son fábrica de frustración para el pequeño comerciante y un flamante vehículo para la propaganda de unos gestores políticos embaucados por los charlatanes y trileros del blablablá digital.
Yo sigo amortajando.