Utilizo constantantemente el diccionario. Me sirve para escribir con más rigor y descubrir palabras y significados nuevos. Y con el uso y el tiempo he ido acostumbrándome a las frecuentes y a veces crípticas abreviaturas que tiene en casi todas sus entradas. Acostumbrándome sin entenderlas.

En el diccionario electrónico de hoy, estas abreviaturas parecen un vestigio del trabajo de los lexicógrafos de un tiempo, ya antiguo, en el que los diccionarios se imprimían en papel. Una época donde economizar el espacio era importante.

Abreviaturas como u. t. c. s., u. m. en pl., del pl. n. lat., Col. o simplemente a.. Es seguro que los especialistas que confeccionan el diccionario dominan todas estas abreviaturas, las cuales tendrán una buena razón para existir y forman parte histórica de su profesión. De tanto verlas probablemente ya no las ven: se han vuelto invisibles, como todo lo que está siempre ahí. La luz no se ve, escribió Gabriel Aresti en una lengua del norte.

En los productos digitales es un error frecuente que el autor se proyecte sobre el público al que se dirige. Que el promotor diseñe el producto como a él mismo le gustaría utilizarlo, y no como la señora María lo necesita. Se erige así una brecha entre el servicio y quienes lo consumen. Una brecha de amplitud desigual cuyo paradigma quizá sean esos sitios web institucionales donde el saludo del alcalde con la fotografía oficial eclipsa el número de teléfono del ayuntamiento y, con él, la eficacia del sitio para la señora María.

Con esto no digo que el Diccionario —⁠ahora con mayúscula⁠— de la RAE esté cometiendo este error. Pero el Diccionario de la Academia es la piedra de Rosetta del idioma. Y la del español es una comunidad cultural de cerca de 600 millones de personas, de toda extracción y nivel intelectual. Es claro que las abreviaturas separan artificialmente las respuestas de quien se hace preguntas.

Es cierto que junto con el Diccionario electrónico hay también, no sé si un poco escondida, una leyenda que describe todas las abreviaturas y signos que emplea. Y que al poner el cursor del ratón —⁠o en el móvil, pulsando con el dedo⁠— sobre una abreviatura, se muestra su significado. Tampoco sé si esto resultará evidente para todos esos millones de personas que pueden potencialmente utilizar el Diccionario.

Pero si la razón de ser de estas abreviaturas es economizar el papel de las ediciones y el esfuerzo de los lexicógrafos, ¿tiene sentido seguir empleándolas en una edición que ahora es digital y está dirigida a un público que no es especialista? Si las abreviaturas son un eco de otra época, ¿qué razón hay para seguir manteniéndolas, incluso cuando ello minora la utilidad del Diccionario para una parte de sus usuarios?